¿Qué sucede si un maestro está de mal humor durante todo un día de clase? ¿Qué pasa en el hogar, si madre o padre están irritados durante todo un día? ¿Qué ocurre si en el entorno de un niño hay agresividad, estados anímicos poco saludables, sean o no exteriorizados?
Muchas veces decimos o escuchamos comentarios como “justo hoy que estoy tan cansada, los niños están tan alborotados” “Este niño parece que me lo hace a propósito… hoy que tengo un día tan malo” “¿Qué pasa que no paran de pelear?… hoy que tengo tan poca paciencia”.
Si eres padre, maestro, terapeuta debes saber que estas ejerciendo un rol de liderazgo; y como todo líder, tienes la capacidad de inspirar o influenciar a personas o grupos. Por ello, tu estado emocional es de máxima importancia. Daniel Goleman, psicólogo y periodista estadounidense que elaboró su teoría sobre la importancia de la inteligencia emocional y el liderazgo, entre otras, nos dice lo siguiente al respecto: “un líder es la persona que determina el clima emocional de un grupo”.
Más que nunca, cuando vemos a dos hermanos pelearse una y otra vez, a toda un aula alborotada o agresiva; cuando la situación de afuera me está mostrando una tendencia anímica, y tenemos sobre ella un rol de liderazgo, debemos detenernos a mirar nuestro estado emocional. Un solo gesto, una sola palabra; tu forma de respirar, suspirar, o tu manera de mirar, puede cambiar el estado anímico de un niño o el clima emocional un grupo; puede inducir a la alegría, distensión, o generar lo contrario.
Antes de presentarnos como un referente, debiéramos observar nuestro estado interno. Proponernos primero, el auto-liderazgo positivo, para luego poder acompañar o guiar a otros.
Cuando nos encontramos con niños, si o si, sin otra posibilidad, nos topamos cara a cara con nosotros mismos. Sus emociones son los indicadores de nuestro estado interno; nos despiertan, alertándonos cómo estamos.
Podemos negarlo y señalarlos como responsables de nuestro mal humor, mala disposición, desánimo, pero sepamos que sucede a la inversa. Nuestro estado interno convoca al de los niños. Tenemos la capacidad para cambiar cualquier situación, si primero registramos lo que nos está sucediendo realmente, y a partir de ello, transformamos nuestra actitud, inspirando la armonía esperada.
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